Las siglas que nos separan.



LAS SIGLAS QUE NOS SEPARAN.


Es una realidad incuestionable que los seres humanos, como seres sociales, tendemos a unirnos con aquellos que consideramos afines a nosotros por una u otra razón: ideas semejantes, objetivos comunes, una visión parecida de la vida (o de la muerte) y otros motivos tan circunstanciales como haber nacido en el mismo lugar geográfico o tener el mismo color de piel.
La mayoría de las veces la unión con los otros se hace bajo unas siglas, un nombre, una bandera. Suponemos así que el colectivo tendrá más fuerza que el individuo sólo, reafirmamos nuestro sentimiento de identidad, de pertenencia al grupo que nos protege, nos representa y nos iguala... ¿Pero reafirmamos también así nuestra individualidad, nuestra independencia... en suma, nuestra libertad?
Este pensamiento me viene al hilo de una experiencia reciente. Asistí a una manifestación convocada por un llamado “grupo minoritario”, bajo una idea mayoritaria: la protesta por el recorte de los derechos de los trabajadores. Un compañero de manifestación me comentó algo de todos sabido: que aunque muchas personas compartían nuestra opinión, no estaban allí porque no querían que las relacionaran con la entidad que convocaba la manifestación, es decir, ellos caminaban bajo otras siglas.
Esto me lleva a preguntarme si no estaremos equivocándonos. Si no habremos llegado al punto en que nuestra libertad de pensamiento, nuestra independencia, nuestra individualidad se ha cedido al servicio del grupo al que decimos pertenecer y a las siglas que lo representan. Tal vez estemos sacrificando así valores universales como son la justicia, la libertad, la igualdad... valores que no entienden de siglas, de partidos políticos, de países o banderas porque están por encima de ellos.
Es posible que los grupos de poder que nos oprimen estén muy tranquilos al vernos así, estabulados como el pacífico ganado, cada colectivo en su pequeña parcela y bajo la dirección de su correspondiente pastor (que ahora representan unas siglas), sin acercarnos a la parcela de al lado, marcando bien las diferencias que nos separan y obviando la enormidad que nos une.
Sigamos entonces aumentando su tranquilidad: votemos por fidelidad aunque no estemos de acuerdo con el trabajo de “nuestro” partido, resaltemos bien las diferencias con todos los demás, y sobre todo no nos mezclemos con el de al lado, no colaboremos con él ni intentemos unir criterios... sigamos presumiendo de que sólo nosotros luchamos por los derechos comunes... pero haciéndolo por separado.
Sigamos ignorando que en verdad no pertenecemos al partido al que seguimos, al sindicato al que estamos afiliados, a la religión que profesamos e incluso al lugar donde nos ha tocado nacer. Somos libres: nuestras ideas, nuestros sentimientos, nuestros sueños y nuestra lucha... nos pertenecen a nosotros individualmente.
Y si alguna pertenencia realmente existe está muy clara; es el género humano, y dentro de él, el de las personas que trabajan cada día esforzándose para sacar adelante su vida y la de los suyos. Gente como nosotros: gente trabajadora, buena gente, que no pide más que la oportunidad de vivir en paz y con dignidad. Esas son las siglas, esa es la patria, esa es la bandera.
Así que animo a la gente a que sea infiel a las siglas, fiel a sus ideas y promiscua en sus apoyos. Le invito a que se una solidariamente a cualquiera que luche por la igualdad y la justicia. A manifestarse sin miedo y sin prejuicios bajo todos los nombres y banderas que sea necesario, siempre que considere que éstos se mueven por un buen objetivo, sabedor de que el color de la bandera no es lo importante: lo importante es la persona que camina junto a ti.
Mientras no seamos capaces de agruparnos bajo esa única idea y luchar olvidando nuestras otras diferencias... tenemos la batalla perdida.